A los 74 años, murió el personal actor, cantante y cineasta
argentino.

Su nombre completo era Fuad Jorge Jury, pero para la actividad artística prefirió
ser Leonardo Favio.
Había nacido en 1938 en una pequeña ciudad mendocina, donde pasó una infancia
muy dura, porque su padre abandonó a la familia, su madre apenas podía
sostenerla escribiendo guiones para radio y fue “institucionalizado” varias
veces.
Ya adolescente y en Buenos Aires, su madre le conseguiría pequeños papeles en
radioteatro y comenzaría a actuar en cine. Primero como extra, luego como uno
de los rostros habituales en la cinematografía de los 60 y uno de los favoritos
de Leopoldo Torre Nilsson, por entonces el director más destacado nacional e
internacionalmente.
Habría sido el propio Nilsson, quien le habilitó el material fílmico para rodar
sus primeros cortos, pero seria su debut en el largometraje con Crónica
de un niño solo (1964), el
que lo lanzaría como autor al modo preconizado desde las paginas de los “Cahiers
du Cinema” franceses.
Aunque ese retrato de un chiquito pobre, maltratado y recluido en un
“reformatorio” coincide más con el pasado del director que con el pequeño
Antoine Doinel de Los 400 golpes
(François Truffaut, 1959), que afirmaba no haber visto en ese momento.
Esa opera prima signaría su futuro ya que se apasiona con la dirección y a actuar
esporádicamente, concretando con Este es el romance del Aniceto y la Francisca, de cómo quedó
trunco, comenzó la tristeza y unas pocas cosas más… (1966) y El dependiente (1969) una inigualable
trilogía -en blanco y negro-, que sigue siendo lo mejor de su filmografía.
A partir de allí rodaría en color y haría su estilo más accesible y popular. En
1973 Juan Moreira, éxito rotundo que
llevó millones de espectadores a las salas; en 1975 Nazareno Cruz y el Lobo, basado en el radioteatro de Juan Carlos
Chiappe sobre el mito del Lobizón y en 1976 Soñar, soñar (1976), una abigarrada historia de marginales que Favio
rescataba como su favorita por la ternura de sus protagonistas y por considerarla
como incomprendida en su momento. Cierre forzado de un segundo trío, ya que como
peronista reconocido, durante la dictadura debió exiliarse en Colombia y no
filmaría por más de una década.
Un período dedicado a la canción, que había sido un recurso para autofinanciar
sus films y se convertiría en su única actividad -por cierto celebradísima en
toda Latinoamérica-, hasta la recuperación de la democracia y su vuelta al país.

No le fue fácil volver a dirigir y recién en 1993 conseguiría rodar Gatica, el mono, sobre la ascensión y
caída del boxeador mercedino. Un film intenso, de notable calidad visual y repercusión,
aunque las dificultades para producir seguirían.
En 1999 completaría Perón, sinfonía del
sentimiento, un documental sobre el movimiento peronista rodado a modo de fresco
de más de seis horas de duración, que hicieron imposible la distribución en salas
y solamente pudo verse en episodios televisados.

Completaría otro trío y desgraciadamente su trayectoria en el largometraje -después
sólo dirigió uno de los cortos de la serie 25
miradas, 200 minutos -con la versión musical de Aniceto (2008), que recibió tantos elogios como criticas adversas y
por disensos con los distribuidores, Favio prefirió sacar de cartel poco
después del estreno.
En los últimos años se hizo cada vez más evidente el deterioro de su salud, pero
logró que la versión remasterizada de toda su filmografía fuera editada en DVD
y aceptó varios homenajes sentidos, sin dejar de proyectar nuevos films y
apoyar a jóvenes colegas.
Hasta que la tarde del 6 de noviembre su conmovido público lo despidió para
siempre, aunque la impronta que dejó en la cultura popular, trascenderá su
ausencia.