A veces, hacer el ejercicio -¿cinéfilo, nerd?- de leer el libro en que se basa una película no tiene mucho sentido, sea porque la adaptación supera al texto original o porque es tan libre que apenas se lo reconoce, pero en el caso de Duna se hace casi necesario.
Recientemente, se estrenó la segunda parte del film que corresponde a la primera entrega de la trilogía original -Sic- del escritor estadounidense Frank Herbert; editada en 1965 con un considerable éxito y traducida relativamente rápido al castellano, aunque no “pegó” tanto como en los países anglosajones.
Desde un principio, Herbert había concebido esta epopeya galáctica ambientada en el lejano XI milenio como una trilogía, que se completó con las novelas El mesías de Dune en 1969 e Hijos de Dune en 1976, todas ambientadas en el arenoso planeta de Arrakis, donde se desarrollan intrigas palaciegas y luchas sangrientas entre quieren regirlo y controlar la valiosísima especia que sólo allí se produce y mueve los engranajes de todo el sistema planetario.
Un universo creado tras seis años de investigación, que en la década del 80 el mismo Herbert extendió y su hijo Brian otro tanto, aunque son las tres primeras novelas las que de inmediato atraparon la imaginación de los lectores y los directores cinematográficos, dieron pie a muchos estudios y tesis al respecto y a casi demasiados tributos con la fuente citada o sin citar.
Pero la trasposición cinematográfica se demoraba por dificultosa, ya que implicaba mostrar paisajes, comunidades, viajes espaciales y bichos extraños con unos efectos visuales que habían marcado algún hito como 2001: Odisea del espacio(Stanley Kubrick; 1968), sólo a costa de mucho tiempo de elaboración y muchísimo presupuesto.
Además, entre una y otra aventura el autor incluyó largas disquisiciones sobre la mitología -que el protagonista principal se llame Paul Atreides remite directamente a Homero-, la filosofía y la religión y se adelantó a temas como la ecología, las amenazas de la tecnología y la inteligencia artificial, entre otros que hacían de la escritura del guión un verdadero quebradero de cabeza.
Finalmente, el arriesgado que consiguió la primera versión -el intento de Alejandro Jodorovsky quedó en la fase de proyecto- fue David Lynch en 1984, con Kyle MacLachlan como protagonista y Sting como antagonista; aunque el resultado no dejó conforme ni a los admiradores de Herbert, ni a los suyos.
De allí en más, hubo series que abordaron la trilogía en todo o en parte, juegos de video y cómics, pero fue en la segunda década del tercer milenio cuando al amparo del CGI se consiguió una versión que se acercaba a las enormidades -pensemos en los gusanos de especia nada más- del original.
Un tanque comandado por el canadiense Dennis Villeneuve, que debió estrenarse en 2020, chocó con el cierre de salas durante la pandemia y cuando fue lanzado a finales de 2021 no logró los millones esperados, no obstante las loas para el director y para Timothée Chalamet, como el Paul Atreides ideal.
Hasta que en marzo de este año, la segunda parte no sólo conquistó a críticos y boleterías con su dramatismo y su factura visual, sino también hizo correr rumores sobre futuras secuelas basadas en las dos novelas faltantes, con el apoyo del elenco principal.
Dunas para rato.
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