Los vampiros podrían ser sólo producto de la imaginación de un escritor, pero tienen sus raíces en mitos y leyendas de Europa del este, combinados con figuras históricas asociadas al supuesto consumo de sangre para alcanzar la inmortalidad -el rumano Vlad Tepes III o la Condesa húngara Erzsébet Báthory, entre las más conocidas-, que finalmente salieron de la trasmisión oral y fueron plasmados en cuentos y novelas que conquistaron lectores en el mundo entero.
La primicia habría sido del médico inglés John Polidori, cuyo cuento «El Vampiro» (1819) surgió de una competencia entre amigos que tiene su propia leyenda y seguido de “Carmilla»(1872) de Sheridan Le Fanu, una novela gótica donde una jovencita quedaba fascinada por la misteriosa mujer del título.
Aunque quien sentó casi cada tópico del subgénero vampírico fue el irlandés Bram Stoker con su «Drácula»(1897), sobre el Conde que ha vivido siglos, no se refleja en los espejos y puede dominar o convertirse en niebla o determinados animales.
La fecha de publicación coincide con la introducción de ese artilugio llamado cinematógrafo, que no tardó casi nada en popularizarse globalmente y poner al alcance de cada espectador la imagen en movimiento de sus personajes favoritos y entre ellos el famoso chupasangre literario.
Así, Friedrich Wilhem Murnau primerió con Nosferatu (1922), protagonizada por el ratonil Conde Orlok, un nuevo nombre y aspecto ratonil porque el director alemán no consiguió autorización de Stoker para su realización.
Un clásico del terror silente y del estilo expresionista, con sus sombras contrastantes y con su propio misterio tenebroso ficcionalizado en La sombra del vampiro(E. Elias Merhige; 2000).
Aunque… Drakula halála -La muerte de Drácula- fue un largometraje húngaro dirigido por Ferenc Kósa y quizás estrenado en 1921, del que se conservan sólo algunos fotogramas.
La década del 30 los Estudios Universal Pictures incluirían al vampiro entre sus monstruos y se identificaría casi demasiado con el actor Bela Lugosi, en serio desde en Drácula (Tod Browning; 1931) o en broma en Abbott y Costello contra los fantasmas (Charles Barton; 1948).
Los británicos harían algo similar en los 50 a instancias de Hammer Film Productions, con Drácula (Terence Fisher; 1958), a cargo del longilíneo y seductor Christopher Lee.
Después, hubo varias décadas en que los vampiros quedaron atrapados en producciones menores, exploitation o animaciones, pero terminaron saltando del ataúd.
La avanzada fue con Drácula de Bram Stoker (1992) en la que Francis Ford Coppola intentó la versión más apegada al texto y casi lo consigue, aunque Entrevista con el vampiro (Neil Jordan; 1994), basada en una de las “Crónicas vampíricas” de Anne Rice, impactó y ganó varios premios con unos encolmillados Tom Cruise y Brad Pitt y por supuesto, la saga de Crepúsculo (Catherine Hardwicke; 2008), casi demasiado fiel a las toxicidades románticas y ridiculeces varias de las novelas de Stephenie Meyer.
Además de la sueca Déjame entrar (Tomas Alfredson; 2008), la encantadora parodia What We Do in the Shadows (Jemaine Clement, Taika Waititi, 2014) y su serie homónima y algunos tímidos intentos de volver al canon, como la reciente y en parte fallida Drácula: Mar de sangre (André Øvredal; 2023).
Apenas un resumen, que alcanza para demostrar que los vampiros siempre vuelven a catalizar el temor a la muerte y sus caras espectrales, lo que ameritaría una linda ristra de ajos.
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