Un mito del Hollywood
clásico se despidió para siempre.
Shirley Temple había nacido en California en 1932 y allí murió de causas naturales
el 10 de febrero último, fechas que son paréntesis de una vida muy particular.
Los cinéfilos de cualquier edad y los espectadores que peinen canas desde hace
rato recordarán que fue una pequeñita de ojos pícaros, cabello rizado y -hasta
el momento al menos- la única estrella infantil digna de ese título.
Debutó en cine a los tres años, a los cuatro consiguió su primer éxito y
durante lo que quedó de la década del 30 arrasó las boleterías. Diseñaron y le entregaron
un mini-Oscar que nadie ha vuelto a recibir, se produjeron y vendieron carradas
de muñecas que replicaban su aspecto, además de discos, ropa y todo tipo de merchandising.
No fue el primer infante talentoso y amado por el público en Estados Unidos y
el mundo, de hecho, Jackie Coogan –El
pibe (Charles Chaplin, 1921)- y Freddie Bartholomew fueron sus
contemporáneos.
Tampoco fue la última, pero sí la más famosa y la que preservó su imagen con un
retiro temprano a los veintisiete años. Alejamiento sólo interrumpido por un par
de temporadas presentando un programa televisivo infantil y esporádicas
apariciones como invitada.
Luego comenzó una destacada, pero menos publicitada carrera diplomática que sostuvo
hasta los años noventa y asesoró a empresas cinematográficas.
Cada tanto un ciclo retro exhibe alguno de los melodramas en que lloraba a mares,
clásicos como Heidi (Allan Dwan;
1937) o La princesita (Walter Lang,
1939), las comedias en que bailaba y cantaba con soltura o el werstern Sangre de héroes (John Ford, 1948), uno
de sus últimos roles destacados como la hija adolescente de Henry Fonda.
También, pueden verse fragmentos en YouTube,
destacando “On the Good Ship of Lollipop”
su éxito de Ojos brillantes (David
Butler; 1934) y el delicioso número musical que compartió con el legendario bailarín
Bill “Bojangles” Robinson en La pequeña
coronela (David Butler; 1935).
Y aún si su filmografía se perdiera u olvidara, su nombre perduraría en “Shirley Temple, el más joven y sagrado
monstruo del cine de su tiempo” (1939),
una particularísima obra de Salvador Dalí que -satirizando la sexualización
de las actrices infantiles- la muestra como una esfinge roja en medio de un
paisaje desértico y puede verse en el museo Boijmans Van Beuningen de Rotterdam.
Adiós, a la niña estrella.
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