En
breve el formato digital reemplazará totalmente al de 35 mm.  

Después de un siglo largo y a pesar de las protestas -cada vez más débiles- de
directores como Scorsese o Spielberg, está llegando a su fin la era del “fílmico”.

Puede que parezca una transición rápida desde que el formato digital llegara a
las salas, pero la punta del iceberg está en lo sucedido con el mercado de las
cámaras y el material fotográfico, donde el viejo rollito de 100 ASA y el
“revélemelo lo antes posible” pasaron de cosa de todos los días a un recuerdo
antediluviano.
La contrapartida cinematográfica ha tenido unos años de gracia porque la renovación
de equipos en las salas es más lenta que la digitalización de otros aspectos de
la actividad.
En 2010 sólo el 17 % de los cines de Estados Unidos estaban digitalizados, pero
la llegada del 3D y la avalancha de público que eso produjo aceleró tanto los
tiempos que a finales de 2011 se acercaba al 50% y a nivel global superó el 30
%, mientras se dejaban de fabricar proyectores y cámaras para el viejo formato
porque la circulación de los usados cubre la demanda.
Hace unos meses Kodak quebró. La que fuera la mayor productora de película virgen
desde principios del siglo XX y otras empresas decretaron que el formato era
“inviable” -según el reconocido critico Roger Ebert eso significa: “quizás es
mejor, pero cuesta demasiado”- y según la consultora IHS el final llegaría en
2015.
Por supuesto la sustitución total de viejas máquinas por nuevas llevará más tiempo
y algunos rebeldes protestarán en nombre del arte y la historia, pero la
digitalización hace que el rodaje, el copiado y la distribución sean más
sencillos y económicos y eso tiene un peso innegable.
Los viejos rollos quedarán en museos, cinematecas y en el lenguaje, porque
aunque no haya “latas”, ni se oiga el siseo de “la cinta” entre los rodillos
del proyector, la metonimia será la misma y seguiremos hablando de “película” y
de “film”.