Francia perdió uno de los mayores referentes del cine de autor.

El domingo 12 de septiembre los amantes del buen cine nos conmovimos con la noticia del deceso de Claude Chabrol, poco después que sus notables colegas Eric Rohmer y Alain Corneau.
Chabrol tenía 80 años, seguía trabajando, conservaba su aspecto vivaz y su mirada socarrona sobre la realidad.
Los medios gráficos y televisivos franceses le dedicaron mucho espacio en estos días, repasando su carrera, recabando reacciones y anécdotas de amigos, colegas y colaboradores.
Uno de los títulos más acertados lo aportó Jean Luc Douin, periodista de Le Monde: “Claude Charbrol no dejó ningún espectador a la puerta de sus filmes.”, porque a diferencia de otros pilares de la Nouvelle Vague -el movimiento que renovó el cine de su país y de buena parte del mundo a finales de los 50- consiguió ser un realizador popular.
Nació en París, estudió Derecho y Letras, pero sobre todo frecuentó los cines de la ciudad. Entre 1952 y 1957 trabajó en la revista Cahiers du Cinema, donde además de escribir fue haciendo las relaciones que lo ayudaron a producir y dirigir su primer largometraje –El bello Sergio– en 1958, uno de los filmes fundacionales de la Nouvelle Vague que ganó el premio Jean Vigo y consiguió interesar al público.
Nunca dejó de filmar y se transformó en un retratista perspicaz, irónico y crítico de la burguesía -en especial la provinciana-, que conocía de primera mano por haber nacido en ella.
Pero la acidez de La bestia debe morir (1969), La ceremonia (1993) o No va más (1997) y la mayor parte de sus filmes quedaba allí. Él fue famoso por su bonhomía, su sentido del humor, su amor por los actores con los que colaboraba y su espíritu de gourmet.
Sin dudas una gran pérdida, que deja el consuelo de su obra total y la expectativa por sus últimos trabajo, aún sin estrenar en Argentina: Bellamy (2009), un policial protagonizado por Gerard Depardieu y un par de apariciones como actor.