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Ovarios de Hierro
En las últimas audiencias se escucharon testimonios de víctimas y testigos de la localidad de Viedma, entre ellos algunas mujeres que mostraron una admirable valentía al contar lo sufrido y vivido durante todos estos años.
Categoría: Derechos Humanos

En las
últimas audiencias se escucharon testimonios de víctimas y testigos de la
localidad de Viedma, entre ellos algunas mujeres que mostraron una admirable
valentía al contar lo sufrido y vivido durante todos estos años.

Altamente destacado fue lo que sucedió, se contó y se
vivió durante las jornadas desarrolladas el 29 y 30 de noviembre, y el jueves 1
de diciembre de 2011 en el juicio contra 17 represores acusados de delitos de
lesa humanidad. Se trataba de una jornada especial porque declaraban víctimas y
testigos de la localidad rionegrina de Viedma lo cual provocó que varios
amigos, familiares y periodistas de esa ciudad vinieran a Bahía Blanca a
brindar su apoyo. En la vereda se podían ver las fotos de víctimas de Viedma
entre otras banderas. Nos centraremos en los testimonios comprometidos de dos
mujeres, familiares de víctimas, que lucharon y luchan cada día por la Verdad y
la Justicia.
Luego de que Oscar “el Congo” Bermúdez relatara su terrible secuestro, señalara
a los represores y hasta mantuviera un entredicho con el abogado querellante
Víctor Benamo (ver recuadro), fue el turno ante el tribunal de su ex esposa
María Noemí Bringue.
María tiene 57 años, vive en Viedma y trabaja en el Programa Anti Impunidad de
la Legislatura rionegrina. Con tranquilidad comenzó a dar sus datos personales al
juez, y ni bien empezó a contar su experiencia se la pudo ver profundamente
emocionada. María explicó que conoció a Bermúdez en 1972 cuando ella trabajaba
como empleada con cama adentro y él militaba en el peronismo y estudiaba en la
UNS, fue allí cuando formaron pareja: “Del peronismo lo único que sabía era lo
que me había enseñado mi abuela, que era que ayudaba a la gente pobre como
nosotros”.
Ambos convivieron, tuvieron una hija y María empezó a tomar conciencia de la
realidad que se vivía y a formar su pensamiento, “cuando escuché la palabra
explotación, lucha de clases, me di cuenta que pertenecía a esa clase que era
hostigada”. “Recién ahí -subrayó María- empecé a darme cuenta de qué se
trataba”.

Que la tortilla se vuelva
“Que la tortilla se vuelva, que los pobres coman pan y los ricos mierda,
mierda”, decía una vieja canción anarquista y María la tomó como propia. En
aquella época de ideales empezó a desear eso: “Quise que la tortilla se
vuelva”, narró ante el tribunal y agregó que deseaba que las cosas cambiaran
rápido pese a que se le explicaba que los cambios sociales eran lentos.
Ya con una segunda hija, un día a María la llaman para que fuera a la Plaza Rivadavia,
un compañero la abrazó y le dijo que a Oscar, de 23 años, lo habían amenazado y
lo habían ido a buscar al trabajo y a la universidad: “Fue la primera vez que
temblaba la tierra abajo mío”. A partir de ahí todo cambió. Primero se mudaron
a un pueblito, luego regresan a Bahía Blanca y Oscar se muda a Viedma y, dijo,
el miedo se duplicaba porque por un lado quedaba ella con las nenas en Bahía, y
su marido en la capital rionegrina. En Bahía, señaló, el clima era feo: “Ya se
hablaba de muertes y patotas”.
Finalmente María y sus hijas se van a Viedma con Oscar y antes del golpe del 76
nace su tercera hija. Un día se enteran del secuestro de Darío Rossi.
Justamente, mientras María hablaba se cumplía un nuevo aniversario de ese
hecho: “Uno sentía la presencia de unos ojos que estaban como atrás de algo,
persiguiendo”.
Oscar trabajaba en una empresa de transporte. Un 7 de enero se fue a trabajar y
María tuvo un mal presentimiento. Pasaron las horas y Oscar nunca llegó.
Más tarde, junto a un compañero y un ingeniero conocido salen a buscarlo a
Patagones. Se encuentran con el jefe de personal de la empresa que dijo no
saber nada aunque después destacó que le había llamado la atención ver el
camión abandonado por el lado del puerto. Hasta allí fueron, pero Oscar no estaba:
“No me animé a ir arriba del camión y mirar”.
Ya en su casa, la desesperación crecía: “Sentí que no solamente se me movía el
piso sino que se me caía el techo también”.
Al otro día le comunicaron la noticia al suegro, revisaron hospitales y
comisarías pero nada le decían. Incluso los policías se burlaban: “Debe tener
alguna amiga por ahí, ya va a volver”.
El suegro le propuso ir a Bahía con las nenas por su seguridad: “Golpeábamos
todas las puertas. Nos humillamos golpeando las puertas de la iglesia y
Monseñor Mayer nos echó como delincuentes”.
Al tiempo se enteran por una carta que Oscar estaba en la cárcel de Villa
Floresta. Allí fue María donde sufrió la humillación de desnudarse y mostrar
las partes íntimas: “Cuando entré a esa sala enorme vi una larga fila de
hombres vestidos de azul, y lo buscaba y no lo encontraba”. Cuando finalmente
lo encontró, no lo reconoció: “No era el de siempre”, destacó, “fue como
encontrarme con otra persona”.
Meses después, María Eugenia, una de sus hijas, aprendió a caminar entre bancos
y rodillas de compañeros de Oscar.
En una de esas visitas se enteran que a Oscar se lo habían llevado. Fue así que
se dirigieron hasta el V Cuerpo donde María recibió expresiones degradantes:
“Yo iba llorando y el soldado me seguía diciendo cosas groseras”. En realidad,
Oscar se encontraba en el penal de Rawson y es por otra carta que se enteran de
ello. Mientras tanto, La Nueva Provincia seguía diciendo cosas que no eran
ciertas: “Era una confusión que hacía mucho daño”.

“La libertad nos encontró distintos”
En Rawson continuaron los hostigamientos, las esperas y hasta las requisas
en los hoteles. Nuevamente en Bahía y ante tanto sufrimiento, María recurre a
una psicóloga del Hospital Municipal, planteó sus problemas y se juntaron entre
seis y siete psicólogos y psiquiatras que decidieron ayudarla. En terapia, se
le dijo que lo más sano para sus hijas era ver a su padre en Rawson. Allí
volvieron y la primera vez, las nenas no creían que ese era su papá.
Años después, con Oscar en libertad, María empezó a trabajar en una editorial,
recibió amenazas al tiempo que comenzó a sufrir problemas renales. Quien la
contrató le dijo que se tenía que ir del trabajo “porque él no era la Cruz Roja
Internacional”.
Buscaron un abogado para realizar un juicio laboral y en el mientras tanto un
tal Faidutti, que se dedicaba a asustar a la gente, pidió hablar con ella,
exhibiendo su arma y su carnet de Inteligencia: “Usted ya sabe que su marido es
subversivo”, le comentó sugiriéndole que abandone el juicio laboral. Ese juicio
lo siguió su suegro porque finalmente Oscar, María y sus hijas se fueron a
México donde nació su quinto hijo: “La libertad nos encontró distintos”, relató
debido a que pensaba que cuando Oscar recuperara la libertad las cosas iban a
estar mejor. María agradeció al tribunal por el respeto y la posibilidad de
declarar. “Hay 30 mil compañeros que no lo pueden contar”. Como últimas
palabras, María se dio vuelta, y mirando a los 17 represores, con un valor
admirable les expresó: “30 mil compañeros desaparecidos, presentes!”. Y así se
fue María del estrado, sin quitarle la mirada a cada uno de los imputados.

 “A Goncálvez lo padecí”
Silvia Beatriz Crespo es jubilada y sufrió el secuestro de su hermano
Cacho. El dolor hizo que Silvia no recordara nada de fechas pero sí que su
hermano fue secuestrado en dos oportunidades obteniendo la libertad en el medio,
que fue cuando se casó con su compañera. La fecha que no pudo ser borrada de la
mente de Silvia es la del 19 de enero porque ese día es su cumpleaños y fue en
su cumpleaños cuando pudo ver a su hermano en la cárcel de Bahía Blanca. Se
encontraba, dijo, muy delgado, lastimado al igual que sus compañeros y amigos.
Entre ellos estaba Bachi Chironi: “Un dedo mío índice le quedaba grande en las
muñecas de Bachi, de las heridas que tenían las dos muñecas de estar
estaqueado. Mi hermano tenía terrible cicatriz de picanazo acá en las cejas;
Oscar Meilán estaba delgadito y también todos los chicos lastimados, como el Negro
Ayala…”
Antes del secuestro, a su hermano lo perseguía la Policía Federal de Viedma:
“Pienso que ellos lo secuestraron porque a nosotros nos llegó inmediatamente el
dato de que había sido secuestrado a media cuadra de mi casa, de la casa de mis
padres, lo subieron en un Falcón Verde y ahí desapareció”.
Respecto a los represores, Silvia se acuerda muy bien de Abelleira, Forchetti y
Goncálvez: “A Goncálvez lo padecí”, dijo antes de empezar su declaración. “La
persona más ensañada en toda esta persecución de mi hermano para poder
encontrarlo era Goncálvez, quien iba a mi casa a cada rato. Mi mamá era una
persona muy mayor, y yo vivía con ella. Era el que más iba haciéndose pasar por
amigo de mi hermano para que insistentemente le dijera dónde estaba, quiénes
eran sus amigos, qué actividades realizaba y eso a distintas horas de todos los
días”. Otra forma de hostigamiento era en la calle cuando desde su bicicleta
espiaba a la familia “siempre con sorna, con soberbia, con desprecio, agrandado
como quien dice”. En la cara de Goncálvez, Silvia dijo notar ansias de
destrucción.
Además de dos allanamientos sufridos en su casa, Silvia y su familia tuvieron
que soportar situaciones muy dolorosas en la comisaría de la Policía Federal de
Viedma: “Yo pedía por favor por mi hermano porque sabía que los secuestraban,
los golpeaban y los mataban”. La respuesta que recibió de los policías fue: “Ay,
no señora, no fantasee tanto, usted ve demasiadas películas”.
Ella y su madre permanecieron en la comisaría toda la noche, sin agua ni baño
al que poder recurrir. Al otro día, gracias al suegro de su hermano, que era
policía de la provincia de Buenos Aires, ya que al parecer habían quedado
detenidas, Silvia y su madre pudieron irse: “A mí por buena conducta y mis
antecedentes, y a mi mamá que no tenía nada que ver, nos dejaron libres”.
Con el tiempo, la cuñada de Silvia entró en estado depresivo y se suicidó. Por
su parte, Silvia comenzó a sufrir diferentes trastornos tras aquella detención:
“A partir de ese día llegué hasta a orinarme en la cama del miedo”.

Además de María Bringue y Silvia Crespo, declararon Cristina Cévoli, Mirta Díaz
y otras víctimas que sufrieron el secuestro. Son ejemplos de mujeres que
lucharon, sufrieron, luchan y siguen sufriendo las consecuencias de delitos que
afectaron a toda la sociedad.

La subversión según Benamo
Además de haber sido el primer testigo del juicio por haber sufrido en
carne propia lo que es el secuestro y desaparición, Víctor Benamo es uno de los
abogados querellantes, en su caso, como representante de la Subsecretaría de
Derechos Humanos de la Nación.
Paradójicamente, a Benamo se le cuelan expresiones, elucubraciones y digresiones,
que como se pudo ver en la última semana de audiencias, afectaron a uno de los
testigos que también fue víctima del Terrorismo de Estado.
Cuando le tocó testimoniar a Oscar Bermúdez, Benamo le preguntó si durante el
secuestro se le había imputado una acción subversiva o si se le había
preguntado por su ideología. Bermúdez respondió que se le imputaba una presunta
vinculación o encuadramiento con la organización Montoneros. Ante los
represores, Bermúdez se defendió argumentando que su proveniencia política era
incompatible con la lucha armada. Consultado por Benamo por su militancia,
Bermúdez respondió que militaba en el Peronismo de Base.
Luego de otras preguntas, Benamo directamente le preguntó si a algún compañero “le conoció alguna actividad subversiva”. Al no saber Bermúdez a qué llamaba
Benamo “actividad subversiva”, el abogado habló del concepto común “que
use armas, que proponga revoluciones, toma de poder por medios ilícitos”
.
“Yo en absoluto acepto esa calificación o definición de subversivo”, afirmó
y aclaró Bermúdez.
Fue allí cuando intervino el juez Triputti. Benamo señaló que su única
finalidad era demostrar que el Peronismo de Base tenía un accionar democrático
y que no había acciones subversivas por parte de él.
Luego de otra intervención del juez, Benamo insistió: “Mi objetivo de esta pregunta es porque he visto castigar ahí,
declarando como el señor Bermúdez a mucha gente del Peronismo de Base y yo que
los traté personalmente me parece una ignominia, una salvajada innecesaria
”.
Ante este increíble escenario, tuvo que hablar el fiscal Abel Córdoba quien
aclaró que cualquier castigo o tortura a cualquier persona, cualquiera sea lo
que haya hecho es una ignominia, no solamente al Peronismo de Base o a quien no
tenía una acción armada.
Mientras Bermúdez brindaba palabras similares a las del fiscal Córdoba,
llovieron los aplausos del público. Por su parte, en medio de todo esto, los
abogados defensores de los represores no dijeron absolutamente nada. Benamo ya
había dicho todo.

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2011-12-12 10:25:00
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