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Arpas, laudes, guitarras y otras cuerdas
Ernesto y Juan Carnero son artistas bahienses, en el silencio de un taller, las maderas aportan su aroma y ellos se apasionan en las restauraciones, fabricaciones y reparaciones de instrumentos de cuerda.
Categoría: Interés general

Ernesto
y Juan Carnero son artistas bahienses, en el silencio de un taller, las maderas
aportan su aroma y ellos se apasionan en las restauraciones, fabricaciones y reparaciones
de instrumentos de cuerda.

Suena de fondo una música coral, Ernesto no sabe quiénes son, pero sí cómo
suenan. Juan se escurre en busca de materiales. “Cada madera va acoplada para
soportar la presión de las cuerdas y la tensión necesaria para tocarla, el
arpista es muy valiente porque un arpa tiene cuerdas de tripa, de nylon y de
acero, no cualquiera se anima a pulsar estas cuerdas, tienen unas manos con
mucha fuerza”, introducen.

“Este instrumento tiene 107
años más o menos “, dice Ernesto en referencia al arpa en la cual está
realizando restauraciones, la dueña es una pequeña con discapacidad, “ella va a
aprender a tocar esto y no sabés cómo se va a poner, las personas que tocan el
arpa son muy especiales”. El arpa es semiconcierto, porque posee 45 cuerdas;
aquellas que tienen 47 cuerdas son de concierto, tienen la particularidad de
tener 7 pedales, “a través de ellos puede modificar los sonidos, es cromática,
en una orquesta contribuye con todos los tonos, cosa que no se puede hacer con el
arpa folklórica, la famosa arpa paraguaya, que no tiene variaciones de sonido”.
La más popular de las arpas se toca con las uñas, en cambio, las que están
destinadas a pequeños y grandes conciertos, se tocan con las yemas de los
dedos.

Espera y trabajo
Las arpas fueron y son
construidas en varias partes, sin embargo, se destacan las hechas en Estados
Unidos e Italia, “las partes las hacían en una fábrica, después las destinaban
a un luthier, que por lo general firmaba dentro de la tapa cuando terminaba, con
fecha y nombre”. Además, los instrumentos tienen un número visible, de acuerdo
a él los luthiers pueden identificar si es del siglo XIX o del siglo XX. “Estas
arpas son las que han ingresado al país un poco antes de mediados del siglo XIX
y mitad del siglo XX”.

Desde pequeño, Ernesto
realizaba trabajos con sus manos, habilidosas para los barriletes, “adelante
iban mis manos y yo atrás”. Su primera incursión fue con las guitarras, y sus
hijas se anotaron en el Conservatorio, una en violín y oboe y otra en saxo, “mi
esposa se anotó en la cátedra de arpa, hacía falta un arpa, y de dónde sacamos
una, yo ya trabajaba con los instrumentos, los moldes, y la idea era encontrar
un arpa vieja, apareció una en La Plata, que estaba archivada, apolillada,
cuando la ví me corría, no quería saber nada porque era algo muy complicado,
ahí empecé”. Con este logro, llegaron más arpas, “no había nadie en el país que
lo hiciera”, y después llegaron los viajes para realizar trabajos para
conservatorios y filarmónicas, “conocí gente linda reparando arpas”. Quizás
todo haya ocurrido muy rápido, Ernesto baja la música y pide permiso, su
curiosidad surgió por Josefina, su compañera de vida, “ella tocaba el arpa
paraguaya, también me leía estos libros en inglés, era profesora de inglés, yo
nunca lo leía, intuía con las imágenes”. Hojea los libros que tienen el
polvillo del taller, los sacude y muestra el arte de los fabricantes, explica
cómo son sus tapas, cómo han evolucionado, cada palabra es un destello de
admiración.

Las restauraciones en
muchos casos es debida a que los instrumentos han sido realizados con cola de
animales, y con el tiempo se descolan, asimismo son muy caras, “no ando mucho
en los precios de estas arpas, pero entre las nuevas la más barata está 20 mil
dólares, aparte el ingreso al país es 50 por ciento más, por eso se restauran”.

Las arpas modernas no lucen
leones o bellas mujeres en dorado a la hoja, sí tapas decoradas con delicados
diseños, “las tapas hay que tratarlas sin mucha cosa rara porque pueden perder
el sonido o endurecerse”, las actuales también son eléctricas, tiene un sistema
de un micrófono en cada cuerda.

Ritmos
Cada parte del instrumento
y cada día son un desafío porque presenta muchos inconvenientes un instrumento
tan viejo, roto, todos tienen un problema excepto que no hayan sido tocados
nunca, todo se vence porque son 700 u 800 kilos de tensión, que no puede
aguantar un instrumento más de 60 o 70 años, y este lo hizo por más de 100. No
obstante, cuando llega hay que hacer una cantidad de cambios para que vuelva a
sonar. Hay que hacer un estudio de punta a punta, cada una es como nosotros,
particular”. Las piezas de metal o de madera que se rompen pueden componerse,
las herramientas y las habilidades no faltan, “esto es una pasión, a veces no
te deja dormir”.

Abre una caja, tapizada,
suave y esponjosa por dentro, resguarda un laúd, fabricado por Ernesto, “para
mí el laúd es un misterio, porque nunca supe por qué lo quise hacer, un día
empecé a buscar datos, y no aparecía nada, ni una hojita ni un librito, un día
apareció en internet el nombre de un luthier que fabrica, un argentino que vive
en Holanda, fui a Buenos Aires para hacer tres talleres con él, eran tantas las
ganas de hacer un laúd que en la primera clase con un cuadernito con tres o cuatro
hojas, y con la capacidad de retener cuando alguien trabaja, no cuando habla, y
dije este hombre es un milagro, la capacidad para enseñar”. El maestro es
Sebastián Nuñez, entre los dos han creado una forma de llamar a esta pasión,
“le decimos el virus, cuando te agarra ya no podés dormir, estás conectado
constantemente, a veces se disfruta y a veces sufrís un poco, el resultado es
positivo”.

Al siguiente taller,
Carnero llegó con el laúd hecho, “no sé de dónde salió todo ese entusiasmo”,
reconoce que tiene proyectos pendientes, como la construcción de una viola da
gamba. Mientras cuenta, para el laúd y acaricia la caja de resonancia, señala
que está hecha con incienso y abeto finlandés, “cualquier instrumento de cuerda
tiene que tener una conífera con las vetas, que indican los años de
crecimiento, y el resto puede ser ébano u otra, la original era madera de tejo,
pero no se consigue, creo que los muchachos en esa época y estamos hablando de
unos planos de 1589, hacían con lo que encontraban”, concluyó.

“Esta pobrecita estaba
destruida”, señala al mirar la que está restaurando desde hace dos meses, “el
arpa te marca el tiempo, no vos a ella”, y a poco de terminarla, llega el
momento de embalarla en su caja, “es un verdadero placer cuando terminamos un
instrumento, me acuerdo de Marcela, una chica que le había puesto Luján a su
arpa cuando la vio reparada se puso a llorar, después compró otra arpa vieja y
le puso mi nombre”, se rió. En el otro banco, Juan está construyendo un arpa,
que fue diseñada por ambos, es un modelo liviano entre 4 y 5 kilos, “una vez me
encargaron una para hacer musicoterapia en los hospitales de niños, por eso
necesitaban una chiquita, que se pueda colgar, quedaron los planos”.

Cecilia, una de las hijas
de Ernesto es violinista, también hace luthería, dedicada a los encordados de
arcos de violines y chelos, “le gusta tanto que trabaja arreglando instrumentos
en una escuela”, dedicada a la docencia trabaja con niñas y niños
discapacitados, les enseña música, “sabés lo qué es que un chico aprenda a
tocar un instrumento para volcar todo lo que siente y alguien que lo comunica
con el instrumento, eso es un tesoro”.

El trabajo con las arpas es
difícil, “es a prueba y error, porque nunca tuve a quién preguntarle, frente a
un error repercute en todo el instrumento”. Varillas, lubricaciones, ajustes,
resonancias son misterios para estos luthiers, enigmas que ellos mismos van
descubriendo en el silencio de la tarea cotidiana, y que solo al sonar una
cuerda devela algo, lo demás queda resguardado dentro de sus cajas.

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2018-02-20 00:00:00
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