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Peligrosamente bello
Uno de los “monstruos sagrados” de la cinematografía francesa, ha anunciado su inminente retiro.
Categoría: Cine

Uno de los “monstruos sagrados” de la
cinematografía francesa, ha anunciado su inminente retiro.

A principios del pasado mayo, durante su participación del Festival internacional de cine
policial de Lieja
, Alain Delon anunció que el film que rodará en el
otoño europeo junto a Juliette Binoche y dirigido por Patrice Leconte, será el
último de su carrera.
El actor ya estaba semi retirado -no ha rodado nada desde 2012-, pero despedirse
en el largometraje de un director con cartel y en compañía de una estrella vigente
parece más digno de su trayectoria.
En noviembre próximo Delon cumplirá 82 años y muy pocos intérpretes pueden
jactarse de haber trabajado en tantos clásicos en su país, en Europa y haber
sido elegido por tantos realizadores talentosos.
Nació en 1935 en Sceaux -una ciudad cercana a París- y sus padres se
divorciaron en plena Segunda Guerra Mundial, hecho que puede haber influido en
la temprana rebeldía que causó varias expulsiones de la escuela, el liceo y
finalmente de la Marina.
Después de su baja recaló en el todavía bohemio barrio de Montmartre, se
relacionó con artistas y decidió probar suerte en la actuación usando su apostura
extraordinaria -en épocas en las que no se estilaban las cirugías o los
gimnasios- como salvoconducto.
En 1956 debutó en cine y su primer éxito fue Christine (Pierre Gaspard-Huit; 1958), un drama romántico donde
enamoró a Romy Schneider dentro y fuera de la ficción.
Podría haber medrado en roles de galán similares a ese, pero prefirió encarnar
a hombres peligrosos como el protagonista de A pleno sol (René Clément, 1960), una versión no muy fiel a la
novela El talentoso Señor Ripley de Patricia Highsmith, pero la mejor
hasta el momento por la ambigüedad que supo darle al personaje.
De allí al estrellato y a ser considerado el correlato masculino de Brigitte
Bardot fue todo uno.

Romances y rumores serían una constante en su vida
y quizás lo único que le faltó fue extender su influencia hasta Hollywood,
aunque probó su temperatura y la encontró demasiado fría como para dejar
Europa, en un western mediocre como Texas
a través del rio
(Michael Gordon; 1966), una producción bélica como
Talla de valientes (Mark Robson; 1966) junto
al gran Anthony Queen y poco más.
Muy pronto comenzaría a producir sus films y a desarrollar una lucrativa faceta
empresarial -que continua hasta el presente- en negocios inmobiliarios,
caballos de carrera, cosméticos y en algún momento como promotor de espectáculos
boxísticos, que lo acercaron a Carlos Monzón y a la Argentina.
Una trayectoria de más de medio siglo en los que recibió la Legión de Honor por
su aporte a la cultura, tomó la doble ciudadanía Suiza por cuestiones
impositivas y de cuando en cuando, mostró su costado reaccionario en
declaraciones que mejor dejar de lado en favor de la mirada azul, la voz profunda
-tuvo su momento de diseur en varios temas musicales como “Laetitia”- y la
sonrisa maliciosa, que fueron su marca registrada en tantos largometrajes
inolvidables.
En los sesenta se lo vería en verdaderos clásicos como Rocco y sus hermanos (1960), su primera colaboración con Lucchino
Visconti y su primer film italiano, un idioma que habla con fluidez. El eclipse (1960) de Micchelangelo
Antonioni. El gatopardo (1963), como
el enamorado de Claudia Cardinale. El samurái
(Jean-Pierre Melville, 1967), estupendo noir donde interpreta a un silencioso
asesino, que a futuro influiría en directores como Quentin Tarantino o Jim
Jarmush. La piscina (Jacques Deray,
1969), un thriller que evita ver desde las muertes trágicas de Romy Schneider y
Maurice Ronet, uno de sus mejores amigos y el Clan de los sicilianos (Henri Verneuil, 1969), con el mítico Jean
Gabin como un frio capo mafioso.
Comenzó los setenta con Borsalino (Jacques
Deray, 1970), cabeza a cabeza con Jean Paul Belmondo, coetáneo con el que competía
por los mismos roles a pesar de sus diferencias interpretativas y de fisic du
rol.
Una década donde alternaría los policiales que terminaron definiéndolo, con
algunos films políticos destacados como El
asesinato de Trotsky
(1972) y Mr Klein (1976) ambos
del británico Joseph Losey y tuvo un segundo y recordadísimo encuentro con Jean
Gabin en Dos contra la ciudad (José
Giovanni, 1973), un policial relacionado con el tema de la pena de muerte.
En los ochenta se convertiría en un héroe de acción a la francesa -más
sarcástico y menos rodeado de efectos especiales que los “americains”- con
alguna interrupción para encarnar al Baron de Charlus en Un amor de Swan (1984), a las órdenes del alemán Volker Schlöndorff
o al alcohólico de Nuestra historia (Bertrand
Blier; 1984), drama por el que obtuvo un Premio Cesar.
Los noventa transcurrirían con menos cine que negocios, aunque iniciaron con Nouvelle Vague (1990) de nada menos que
Jean-Luc Godard y sería un Giaccomo Casanova crepuscular en El retorno de Casanova (Edouard
Niermans; 1992), una comedia dramática no demasiado destacable y volvería a
compartir cartel con Belmondo en Los
profesionales
de (Patrice Leconte; 1998).
Y el nuevo milenio traería unos pocos programas televisivos, un paródico Julio
Cesar en Asterix en los juegos olímpicos
(Frédéric Forestier, Thomas Langmann; 2008) y unos cuantos escándalos, hasta la
presente decisión de dejar los sets, aunque definitivamente conservará su lugar
en la historia del cine.

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2017-07-04 00:00:00
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