Metas sensatas
Juan Martín Basgall
Dos son los planos en los cuales podemos encontrar hendijas para mirar
positivamente el cumplimiento y la promoción de los derechos humanos
fundamentales: el plano del discurso y el plano de las prácticas.
El primero ha sido y es fundamental para fortalecer el endeble sistema
democrático argentino, la construcción de un discurso que recupera
permanentemente el valor histórico de las luchas sociales, la memoria
colectiva y la identidad de un país que, por décadas, no ha encontrado un
rumbo certero de convivencia de sectores encontrados, de inclusión y de
desarrollo humano para todos sus habitantes. El movimiento de derechos
humanos en Argentina, aun en su diversidad, ha amalgamado en el discurso
una propuesta ideológica de lecturas de la realidad, de lenguaje y de
análisis político que apunta sobre las causas de un sistema de dominación
que hay que revisar; que dirige sus sentidos a las profundidades de la
cuestión social, al nudo de las relaciones de poder y de los mecanismos
históricos de construcción política, económica y cultural.
En este sentido, el discurso de los derechos humanos es un ejercicio de
ciudadanía basado en los ejes de una verdadera democracia: la
participación, el involucramiento, la militancia, la mirada con perspectiva
histórica.
En el plano de las prácticas, hay una multiplicidad de experiencias
que, con diferencias y matices, se han encaminado hacia un horizonte común.
Las organizaciones y grupos que se han autodenominado “de derechos humanos”
han desarrollado en estos años un modelo de gestión, de trabajo, de
interdisciplinariedad y de incidencia social que va más allá de la temática
puntual que los moviliza. El caso paradigmático quizás sea el de la
Asociación Abuelas de Plaza de Mayo, que ha sabido articular desde la
sociedad civil un proyecto social donde confluyen la política, la
militancia, el derecho, la genética, el arte, la comunicación, la
educación, la psicología, entre otras disciplinas y áreas del trabajo y la
vida humana.
Conocer y reconocer los discursos y las prácticas del movimiento de
derechos humanos, es incorporar herramientas para la intervención ciudadana
y la construcción de proyectos superadores de la pobreza estructural y las
políticas que propone el neoliberalismo a través del Estado y de sus
modelos de consumo y dispersión de la iniciativa popular.
Ya no es ninguna novedad que nuestro Estado no es garantista: no puede
saltar del papel y hacer que los derechos se corporicen en la práctica, en
los ciudadanos. Y para que las cosas se empiecen a pensar diferente es
esencial transformar la cultura política, la forma en que nos relacionamos
para ordenar el mundo, para aunar el decir con el hacer.
Los derechos humanos son, sin dudas, el gran motor que debe impulsar la
concertación, el diálogo, la proyección de metas sensatas y certeras. Sin
ellos, sin su efectivo ejercicio, siempre quedarán injusticias que atender
y ausencias que saldar.
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