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Heinrich y Loyola
Familiares y compañeros de Enrique Heinrich y Miguel Ángel Loyola, declararon junto a otros testigos, en el juicio por crímenes de lesa humanidad cometidos en el ámbito de la Armada Argentina.
Categoría: Derechos Humanos

Familiares y compañeros de Enrique Heinrich y Miguel Ángel Loyola, declararon junto
a otros testigos, en el juicio por crímenes de lesa humanidad cometidos en el
ámbito de la Armada Argentina.

Antes de arrancar el tercer juicio a los represores en Bahía Blanca, se
sabía y lo hemos subrayado aquí, que una de las características que iba a tener
es que se iban a tratar los secuestros y asesinatos de Enrique Heinrich y
Miguel Ángel Loyola. Ellos, fueron dos trabajadores gráficos de La Nueva
Provincia que tuvieron participación importante en el Sindicato de Artes
Gráficas de nuestra ciudad y que por esa labor y por la lucha que emprendieron
por reivindicaciones laborales y salariales para sus compañeros, tuvieron un
largo, intenso e histórico conflicto con la familia Massot, propietaria del
diario La Nueva Provincia.
Heinrich y Loyola, como se dijo, fueron asesinados y por sus crímenes está
imputado el hoy dueño del diario, Vicente Massot al tiempo que en el juicio también
se están buscando responsabilidades al respecto.
Fue por eso que las audiencias del martes 14 y del miércoles 15 de octubre de
2014, estuvieron dedicadas a escuchar a testigos por el caso de los
trabajadores Heinrich y Loyola. Por primera vez luego de 38 años, familiares y
compañeros de las víctimas pudieron dejar su testimonio frente a un tribunal en
un juicio oral y público y así contribuir para que se haga justicia.
El día martes, la audiencia arrancó faltando once minutos para la hora 16 y se
extendió hasta pasadas las 22 hs., entrada ya la noche. Por el escenario del
Aula Magna de la UNS pasaron un total de siete testigos por la causa número
1103 conocida como “Armada Argentina” y caratulada “Fracassi, Eduardo René y
otros…” que juzga delitos de lesa humanidad cometidos durante la última
dictadura militar bajo el ámbito de la Armada Argentina, específicamente en la
Base Naval Puerto Belgrano.
Los imputados en este juicio son Víctor Aguirre, Luis Bustos, Felipe Ayala,
Raúl Domínguez, Víctor Fogelman, Francisco Martínez Loydi, Héctor Selaya,
Carlos Stricker, Alejandro Lawless, Leandro Maloberti, Domingo Negrete, Néstor
Nogués, Tomás Carrizo, Oscar Castro, Raúl Otero, Gerardo Pazos, Pedro Pila y
José Luis Rippa. A estos se les suman Guillermo González Chipont, Félix
Cornelli, Enrique De León, Eduardo Fracassi, Manuel García Tallada, Edmundo
Núñez y Luis Pons.
Durante la tarde y noche del martes, dieron testimonio Vilma Denk, Carlos
Eduardo Reyes, Elsa Lidia Loyola, María de los Ángeles Loyola, María Cristina
Taylor, Aldo Belloni y Manuel Jorge Molina.
En la audiencia del día miércoles, hicieron lo propio los testigos Carlos
Iaquinandi, Máximo Levi, Noemí Weimann (por el caso de su esposo Raúl Spadini y
Rubén Jara (por su propio caso).

“Andá vieja, cuidá a los chicos”
El 9 de octubre Vilma Denk cumplió 66 años y no debe haber sido un
cumpleaños cualquiera sabiendo que pocos días después iba a poder declarar por
el asesinato de quien fuera su marido, Enrique Heinrich.
Ningún cumpleaños, suponemos, debe haber sido cualquiera para Vilma desde lo
ocurrido en 1976 pero mucho menos éste porque además de saber que tenía que
declarar lo cual le daba un toque especial, tenía bien en claro que lo tenía
que hacer en Bahía Blanca. Y Vilma se enferma cada vez que viene a Bahía Blanca
porque los recuerdos entran a hacer lo suyo. Por suerte o por su fuerza Vilma
no tuvo inconvenientes al menos visibles a la hora de dar testimonio frente al
tribunal y pudo decir todo lo que quiso.
Vilma Denk es la viuda de Enrique Heinrich, tiene cinco hijos y actualmente
vive en Saldungaray.
En la madrugada del 1 de julio de 1976 estaba acostada en su casa de calle
Colombia de Bahía Blanca, que compartía con Heinrich. Sintió pasos y escuchó
como que alguien saltaba el paredón de afuera. Le preguntó a Enrique Heinrich
que estaba dormido, qué podría estar ocurriendo y éste le contesto que no
pasaba nada.
Fue entonces que se oyó un fuerte ruido en la puerta de entrada que quedó
destrozada y entraron cinco personas a la habitación. Venían por Heinrich. Eran
civiles que lo dejaron que se vista y lo llevaron a la cocina. Luego, uno de
los intrusos vino por una corbata y Vilma pidió llevarla ella ya que creía que
era para la vestimenta de su marido. En la cocina había entre siete y ocho
personas armadas vestidas de militar: “Si no te metés adentro, te mato” le dijo
uno: “Andá vieja, cuidá a los chicos” trató de tranquilizarla Heinrich.
Vilma pasó varias horas con sus hijos encerrada en la habitación en la que dormía
toda la familia. En un momento Vilma se levantó y fue a ver, cuando prendió la
luz pudo observar la puerta toda rota y que no había nadie. Esperó que se
hiciera de día -“mucho frío hacía”- y pidió un teléfono en un negocio porque a
su esposo se lo había llevado “la Federal”. Esto último refiere a que uno de
los que entraron a su casa mostró una especie de credencial en la que se leía
que pertenecía a esa fuerza.
Vilma y su cuñado fueron a la comisaría y “se rieron de nosotros”. Ya en su
casa, otro cuñado insistió para volver a la dependencia policial donde
finalmente le tomaron la denuncia.
También fueron a La Nueva Provincia a avisar que Heinrich no iba a poder ir a
trabajar por lo sucedido. También se le rieron en la cara. “No te preocupes en
tres días va a aparecer” le dijeron.
Tres días después, unos diez policías se apersonan en su casa y le dicen a
Vilma que tenía que ir con ellos a la comisaría. Se lleva al más chico de sus
hijos y el resto queda al cuidado de una vecina.
Cuando el comisario le pregunta si sabía por qué estaba ahí, Vilma respondió
que suponía que habían encontrado al marido.
El comisario le dijo que sí y le contó lamentándose que él se había venido de
Capital Federal para estar más tranquilo y en Bahía se encuentra con el caso de
Heinrich y Loyola: “¿Está muerto, verdad”? preguntó Vilma que recibió otro “Si”
como respuesta. Lo habían encontrado en el sector conocido como La Cueva de los
Leones: “Me quiero ir, no me quiero quedar acá” rogó Vilma en la comisaría.
Vilma dijo que el cuerpo de Heinrich estaba torturado, lleno de tiros y que
había estado atado con alambre de pies y manos. Ella no le pudo decir la verdad
a sus hijos: “Era muy difícil contarle a los cinco pibes qué le había pasado al
papá”. Finalmente les dijo que Enrique había tenido un accidente: “A partir de
ahí me quedé sola con los cinco pibes”.
A las semanas un hombre le ofreció trabajo argumentando que sabía de su
situación ya que leía los avisos fúnebres y buscaba a las viudas para darles un
puesto. El hombre despertó sospechas y no era para menos ya que finalmente
descubrieron que era un militar retirado que tenía una oficina en el quinto
piso de un edificio ubicado en la primera cuadra de calle Alsina.
La puerta de la casa de calle Colombia siguió destrozada hasta que los vecinos
la ayudaron comprándole otra. Sin embargo “era imposible seguir viviendo en
Bahía”.
Vilma y sus hijos pasaron hambre y frío al tiempo que ella sufrió 3 ACV y
parálisis: “Vuelvo a renacer” comentó respecto a que pudo salir delante de
todos esos problemas de salud.
Cuando se le preguntó por Heinrich, dijo que tenía 31 años, que trabajaba en el
diario y era secretario general del Sindicato de Artes Gráficas: “Él luchaba
para que los compañeros tuvieran un mejor sueldo”.
Enrique no le contaba mucho a Vilma sobre su actividad laboral y sindical para
no preocuparla. Lo que sí le contó fue que una vez la dueña del diario se ubicó
en una escalera y le dijo a los trabajadores “ustedes sigan pidiendo que ya me
las van a pagar”.
“Algún día me va a pasar eso a mí” le dijo Heinrich en una oportunidad que
junto a Vilma estaban escuchando noticias de que se habían encontrado unos
cuerpos acribillados.
Un par de veces, Miguel Loyola, trabajador del diario y tesorero del gremio,
fue a la casa de Heinrich: “Eran muy amigos ellos dos, por lo que tengo
entendido siempre estaban juntos”.
La Nueva Provincia le dio a Vilma un seguro de vida y el sueldo de Enrique que
serían unos diez mil pesos de esa época. Ninguna autoridad del diario se acercó
a la familia y solo publicó una brevísima noticia del hecho: “Un pedacito así”.
Compañeros de Heinrich le dieron a Vilma mercadería para sus hijos, lo hacían a
escondidas por miedo a que los echen. Familiares de Vilma también tenían temor
de estar cerca de ella o de los chicos: “Éramos leprosos, nadie se podía acercar
a nosotros”. El secretario del sinicato de Artes Gráficas “se abrió de gambas,
como quien dice”.
Vilma Denk y Enrique Heinrich se casaron a los 22 años. Él, dice ella, era un
hombre lindo y un padre ejemplar: “Le tocó”.

Pedido de justicia
María Cristina Taylor fue la esposa de Miguel Ángel Loyola y fruto de ese
matrimonio nació la única hija de la pareja: María de los Ángeles. Varios años
después, María Cristina de alguna manera pudo rehacer su vida y tuvo cuatro
hijos más.
El “de alguna manera” viene a cuenta de que el dolor por lo ocurrido con Miguel
y con ella misma, sigue vigente.
El 30 de junio de 1976, María Cristina almorzó con Miguel y estuvieron hablando
de qué nombre le iban a poner al bebé que estaban esperando. También estaba la
hermana de María Cristina con su hijo de quince días a quienes a la tarde los
iban a venir a buscar.
María Cristina se estaba por ir a trabajar al Hotel Muñiz cuando Miguel le
ofrece de ir al cine después de su trabajo. Ella se sentía un poco descompuesta
y por eso dudó pero Miguel le dijo que más tarde la iba a llamar y si estaba
mejor la pasaba a buscar por el hotel para ir a ver una película.
A las 20 y 30 de la noche, María Cristina salió del Muñiz y Miguel que no la
había llamado, no estaba esperándola.
Se fue caminando por Colón y cuando llegó a la esquina con Viamonte un hombre
le puso una revista pornográfica en la cara y la miró: “Él quería saber bien mi
cara”.
Ella salió corriendo y cuando llegó a su casa e intentó abrir la puerta, la
recibió un muchacho de unos 24 años, con guantes blancos, saco claro y bigotes
finitos. El muchacho, que la encañonó, era Julián “el laucha” Corres a quien
décadas después lo reconoció por televisión.
María Cristina pensó que era un ladrón pero no era así: “Somos amigos de Miguel
Ángel, me dijo el Laucha”.
Corres le envolvió la cara con el chal que ella llevaba pero lo hizo mal porque
ya adentro de la casa ella pudo ver ametralladoras en la mesa, esposas, dinero
y un par de anteojos de su hermana. A partir de ahí y por primera vez sospechó
que podría tratarse de algo referido a la actividad de su marido. En la casa
estaban atados y vendados Elsa Loyola, hermana de Miguel, y su marido Rubén
Reyes que habían ido a ver a la hermana de María Cristina para conocer al bebé.
También estaba el matrimonio que había ido a buscar a la hermana de María
Cristina, la mujer se encontraba con un embarazo avanzado y fue llevada, junto
a la hermana de María Cristina y a su bebé, a otra habitación.
Elsa Loyola trabajaba como administrativa en el Ejército y Reyes era militar:
“No grites que es peor” le sugirió éste a María Cristina cuando pidió por
Chiche, tal como llamaban a Miguel.
“Acá tenés a tu Chiche” le dijeron a cierta hora de la noche. Efectivamente era
Miguel que le dijo que no se preocupe que no pasaba nada.
Los secuestradores de Miguel, dijo María Cristina, comieron, escucharon música
brasilera y un partido de fútbol.
Luego le colocaron a todos los presentes una inyección que provocó que se durmieran.
A la mañana del 1 de julio se despertaron y lograron despertarse. Los
represores no estaban y Miguel tampoco. Por el estado de la mesa, María
Cristina se dio cuenta que Miguel se había resistido.
Una ambulancia se llevó a todos al Hospital Municipal donde no fueron atendidos
pese a que en el libro del nosocomio figura que ese día ingresaron cinco
personas en estado de intoxicación por gas.
María Cristina volvió a su hogar: “Ahí empezó la odisea”. Comenzó la búsqueda
pero Miguel no aparecía. El cura Mayer le dijo que no podía intervenir y que
los buenos estaban para ir al cielo y que seguramente su esposo era uno de
ellos: “Fueron palabras que no me llenaron para nada”.
El domingo le avisan que los cuerpos de Heinrich y Loyola fueron encontrados en
La Cueva de los Leones. El de Loyola lo reconoció Reyes “mi cuñado militar”.
El comisario de la dependencia de calle Roca le dijo a María Cristina: “Cuando
termine el gobierno militar haga juicio, ahí puede ser, pero ahora no señora,
no se arriesgue, usted tiene un embarazo encima…”.
Respecto a su esposo y la relación con La Nueva Provincia, en una oportunidad
Miguel le contó que había sufrido encierros en habitaciones del diario, donde
permanecía hasta que el matutino salía a la calle: “Vos sabés que toda la noche
Federico nos tuvo encerrados en una habitación” le había contado Miguel Ángel
Loyola a su mujer. Federico, dijo María Cristina, es el fallecido Federico
Massot.
Antes del secuestro, dijo María Cristina, Heinrich, Loyola y otros compañeros
fueron citados al V Cuerpo de ejército donde se les avisó que “la mano venía
brava”.
Fue por ese tiempo que Miguel habló con María Cristina de la posibilidad de
irse a trabajar al sur ya que tenía casi conseguido un puesto en un diario. La
idea era que primer se vaya él y después vendría a buscarla pero por el
embarazo y por el hecho de que María Cristina estaba sola desistieron de la
idea.
En cierta ocasión quiso hacer una misa para recordar a Miguel en una iglesia de
calle Zapiola. El sacerdote que la recibió e incluso la confesó fue el
recientemente muerto impune Aldo Vara: “Cómo se habrá reído de mi ese hombre,
cómo se habrá reído de mí….”.
Otro infortunio lo sufrió trabajando en la Taberna Vasca cuando le tocó atender
a la familia Massot: “Veneno a la boca me viene”.
“Ahora les pido por favor con todo mi corazón, con todo el corazón, señores
jueces, que se haga justicia” rogó María Cristina quien recordó el cuerpo de su
marido con golpes, con la mandíbula rota y con manchas marrones que Reyes
aseguró que eran por la picana eléctrica.
“Había muchísima gente en el velorio”, describió y destacó que su mamá vio un
hombre entrar a la sala velatoria: “Era una persona trajeada” que miró el
cuerpo, sonrió y se fue: “Sospecho que fue una persona de La Nueva Provincia…si
no fue Federico…”.
Apenas sucedido el hecho de su marido, María Cristina dijo: “Esta fue La Nueva
Provincia…”.
Según declaró, “el cuerpo de él era una tortura” y agregó: “Como para que no
resurgieran nunca más, los dos estaban igual”.
María Cristina afirmó que a Reyes en un momento se le escapó o quiso decir
respecto de los secuestradores “yo los conozco a todos, son tenientes recién
recibidos”. Fue Reyes quien también dijo “los mandan a hacer estos trabajos”.
Reyes murió y su viuda, Elsa Loyola, hermana de Miguel, no le habla ni a María
Cristina ni a María de los Ángeles, hija de Miguel por “remover cosas del
pasado”. Elsa Loyola también declaró esa tarde frente al tribunal por el
asesinato de su hermano Miguel que al momento de ser secuestrado tenía 27 años.

Construir su propia historia
María de los Ángeles Loyola nació el 15 de enero de 1977 y hoy es
entrenadora de voley.
Ella es hija de Miguel Ángel Loyola y María Cristina Taylor y al momento de los
hechos estaba en la panza de su mamá. Fue creciendo con la historia de que el
padre había muerto en ocasión de sufrir un robo en la Plaza Rivadavia hasta que
una prima le contó la verdad de que a Miguel “lo habían matado los militares”.
Su mamá, hasta ese momento no le había podido contar la verdad, su verdad. Fue
así que, Angie, tal como se la conoce, sentó a su madre y le pidió que le
cuente cómo fue todo.
Angie contó con detalles y precisión cómo ocurrieron los acontecimientos que
comenzaron con el ingreso de prepo de represores a la casa donde vivían su mamá
y su papá. El relato se basó en lo que le fue describiendo su madre y por esta
razón el tribunal sugirió que al ser una testigo que no estaba presente cuando
sucedió todo, se dejen preguntas referidas a ello para cuando le toque declarar
a su mamá lo cual ocurrió minutos después.
De lo que sí pudo hablar Angie fue de las consecuencias que esto trajo en su
vida: “Hubo mucho silencio en mi familia…para mi mamá era difícil hablar
entonces un día podía contar algo, otro día otro poquito…”.
Angie señaló que tuvo que construir su vida con lo que la gente le iba contando
y no por sus propias vivencias: “Vivenciar el silencio dentro de la familia, lo
que provoca, que transmite el miedo hacia uno”.
“Uno vivencia con su familia, crece con su familia, escucha consejos de su
familia, tiene valores, le enseñan valores a uno, construir todo eso a través
de lo demás es terrible”.
Por ese motivo es que considera muy importante los juicios para seguir
construyendo su historia: “Me levanto, intento construir esto, entonces todos
los que sufrimos, tanto mi mamá su sufrimiento que ha pasado, la familia, todos
merecemos realmente saber la verdad y poder armar nuestra historia”.
Esa tarea Angie la realizó a través de lo que le pudo contar su mamá y los
amigos y compañeros de su papá: “La maduración que yo tuve que hacer de golpe
para poder salir adelante sola, a veces mis amigas de la misma edad no sabían
de qué estaba hablando porque había mucho silencio”. Ese silencio, insistió, creaba
el miedo.
En cierto momento, a su papá y a Heinrich los iban a homenajear en un programa
de televisión de Bahía Blanca. Antes del mismo, Manuel Molina, compañero de las
víctimas, recibió la visita de Reyes, el tío militar de Angie quien con un arma
le dijo a Molina que no vaya al programa ni cuente nada.
Molina le contó lo sucedido a Angie quien igual decidió concurrir con Molina al
programa en homenaje a su papá.

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2014-10-26 00:01:00
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