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Desde las ruinas

¿Habrán ingresado por esta tranquera? ¿Sabían lo que les esperaba? ¿Venían del horror y confiaban en que allí alguien le pusiera fin?

A las puertas de lo que fue “La Escuelita”, miles de preguntas se cruzan mientras esperamos la llegada del premio Nóbel de la Paz Adolfo Pérez Esquivel.
Con puntualidad militar, exactamente a las 17 hs., llega una camioneta con un par de oficiales del ejército. Uno se queda con los visitantes y al otro lo viene a buscar otro automóvil.
Minutos más tarde arriban Adolfo Pérez Esquivel, el dr. Hugo Cañón y Mirta Colángelo. Lo esperaban Eduardo Hidalgo, el obispo Aldo Etchegoyen, Manuel Molina y algunos allegados.
“Hace 30 años que no volvía acá”, dice Eduardo, como previniéndonos y previniéndose de lo que pudiera ocurrir.
Ingresamos al predio, custodiados de cerca por el efectivo militar. Pastos duros, bosta de las vacas que pastan alrededor, algún ladrillo y pequeños rollos de alambre de púa oxidado, van interponiéndose en el camino, como señuelos, y otra vez las preguntas.

¿Cómo habrán llegado hasta aquí? ¿Alguno pudo saber con certeza donde estaban? ¿En que momento advirtieron que allí estaba el final?

Ya sobre los escombros de lo que fuera “La Escuelita”, el fiscal Cañón le cuenta a Pérez Esquivel y al obispo Etchegoyen algunos de los episodios que se dieron en ese lugar: el ruido del tren que servía de reloj, los molinos de viento acallados por los militares, la detención de los chicos del colegio Industrial, el blanqueo en el comando, la negativa del cura Vara a informar a los familiares de los chicos…
El obispo Etchegoyen se asombra y parece preguntarse si ese cura creía en el mismo Dios que él.
Cañón e Hidalgo comienzan a hablar de lo que se podría construir en ese predio, “un centro para la memoria”, “un lugar de estudio e investigación”… Los proyectos dichos en voz alta parecen ratificar, una vez más, que el presente puede reconstruirse desde las ruinas…
Antes de abandonar el predio del ejército, Pérez Esquivel se cruza con Mirta Colángelo. Él, con un trozo de ladrillo en la mano, revela: “Tengo piedras de Auschwitz, ahora tengo también de La Escuelita”. Ella, con una flor amarilla estrechada, sintetiza con una frase ese momento: “A pesar de todo, también florece…”.

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2006-04-01 00:00:00
Etiquetas: Bahía Blanca.
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