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Democracia sin solidaridad
Categoría: Opinión

La descripción del paisaje de la sociedad llamada posmoderna deja, sin duda, un sabor amargo que se revuelve entre “la vergüenza de haber sido y el dolor de ya no ser”. Entre el recuerdo de un tiempo ido hacia el que la nostalgia nos empuja a recuperar aquellos “bellos momentos”, olvidando los dolores de lo vivido. Por ello, estas reflexiones pretenden revisar pasado y presente pero con la mirada colocada en un horizonte de futuro posible. De atrás debemos recuperar, para que este presente tienda hacia un futuro mejor, el sentido de una solidaridad que vaya más allá de depositar en una cuenta de una caja de ahorro de algún banco unos pesos para paliar el dolor de alguien desesperado. Estoy refiriéndome a las conductas de nuestras clases media. Porque la solidaridad que sí existe, que tiene poca prensa, es la de los más necesitados que resuelven con casi nada un modo de sobrevivencia que nosotros seríamos incapaces de realizar.
Conocimos un tiempo, hoy denostado por los gurúes de la economía de mercado, en que una solidaridad se hacía presente bajando desde las instituciones de un estado benefactor. Siguiendo las recetas del neoliberalismo, tras la idea del estado mínimo, el capitalismo financiero imperante ha arrasado con todo lo que no ofreciera el demandado lucro. Por ello la solidaridad se consideró un gasto superfluo e ineficiente. Si bien se puede aceptar que algo de ello era cierto, no se cura la herida amputando el miembro lastimado. Las privatizaciones han reducido la envergadura y el espesor social del estado, su capacidad de influencia e intervención en la esfera de lo público. Con la crisis de los estados-nación, provocada por la presión de las transnacionales con la complicidad de los intereses de sus socios nacionales, sus vasallos, ha desaparecido la última barrera de contención: la solidaridad. En la actualidad, los estados subsisten alineados con el capital en organismos supranacionales y se dedican a las declaraciones de derechos fundamentales -vieja retórica más propia del siglo XIX-.
Ante esta desarticulación del sistema estatal de solidaridad y el desmantelamiento de las obras sociales sindicales, bajo el pretexto de la corrupción, los hospitales, las escuelas, el sistema jubilatorio, vacaciones y recreación para las mayorías, pasaron a ser el último recurso cuando no se tiene acceso a las instituciones mercantiles que el mercado ofrece (más caras pero menos eficientes que en épocas pasadas). Ante todo ello, decía, los dirigentes de toda especie no tienen respuestas satisfactorias, salvo promesas cínicas. La envejecida izquierda habla el mismo lenguaje que las derechas rejuvenecidas, tras el embellecimiento del neoliberalismo de moda: todo debe ser resuelto por el mercado, salvo casos extremos.
La disgregación y la minucia forman parte del “olvido del mundo”, del ser-nacido-para-el-consumo. Sin un intento de subversión del orden económico y moral establecido desaparecen los nexos, la producción en común de enunciados (ahora lo denominan subjetividad) y cualquier intento de “democratizar la democracia”. La reconstrucción de una conciencia autónoma, que se libere de las cadenas del mercado, ajena a la falsa identidad del homo consumens, es una necesidad histórica primordial que debe facilitar la progresiva unión de los movimientos sociales y políticos contrarios al principio de la explotación. Reflexionar sobre la posibilidad de trabajar y vivir sin la espada de la precariedad pendiente sobre la cabeza, es la herramienta principal de cualquier pensamiento que quiera trascender la vida contemporánea de las democracias de mercado libre, un teatro de vanidades donde la puesta en escena y el vacío de contenidos han pervertido el sentido de la acción colectiva.

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2006-12-09 00:00:00
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