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Calle Sixto Laspiur
El puente Colón le da pie a la calle Sixto Laspiur, arteria que divide el barrio Almafuerte del Noroeste y corre, por muchísimos metros, paralela a las vías del ferrocarril. Es una calle extensa, rápida, que cruza el canal Maldonado hasta volverse tierra a campo abierto.
Categoría: Cultura

El puente
Colón le da pie a la calle Sixto Laspiur, arteria que divide el barrio
Almafuerte del Noroeste y corre, por muchísimos metros, paralela a las vías del
ferrocarril. Es una calle extensa, rápida, que cruza el canal Maldonado hasta
volverse tierra a campo abierto.
Pero, ¿quién era Sixto Laspiur? ¿Qué hay detrás de aquel nombre que nos suena
tan extraño? Perteneciente a una familia patricia de los tiempos coloniales,
tucumano de nacimiento, estudió medicina en la Facultad de Buenos Aires y en
1839, año en que se recibe, decide instalarse en nuestra ciudad.
Bahía era, por entonces, apenas una aldea que contaba con el fortín, un
fondeadero, un puñado de casas y de ranchos, y alguna que otra pulpería o casas
de ramos generales. Era un territorio de frontera, un espacio abierto al que se
acercaban a comerciar las indiadas de las tolderías cercanas.

M’hijo el dotor
Previo a su llegada, cuentan las crónicas, que cuando le restaban un par de
años para finalizar su carrera, un amigo de su padre, allegado a Rosas, le
envía a éste una carta de recomendación pidiendo que nombre al joven estudiante
como médico de Bahía Blanca. La respuesta del gobernador no se hace esperar: “Mi querido amigo por el adjunto oficio del
Tribunal de Medicina, verá usted que al joven Don Sixto Laspiur, le falta mucho
para ser médico…”
.
¿Cómo imaginaría este lugar? ¿Qué motivos habrá encontrado para mudarse hasta
acá? Pero sobre todas las cosas, ¿qué clase de equipaje cargaba un hombre de su
profesión en aquellos tiempos? Tenemos algo de data: una tijera, pinzas, una
suerte de bisturí, una sierra de amputar y un torniquete. ¿Qué más? Alcohol
alcanforado, polvo de lino, mostaza molida, sal inglesa, entre varias cosas
más.
En 1852, caído Rosas, las nuevas autoridades piden informes a los comandantes
de frontera; entre las solicitudes figura el “estado sanitario” de las tropas y
de la población en general. De este inventario, en cuanto a los efectivos
militares, surge un dato llamativo. De las 46 plazas que habían quedado -el
resto había sido enviado al norte de la provincia a enfrentar las tropas
urquicistas- más de la mitad eran negros; brasileros y africanos. Sucede que al
término de la guerra contra el Brasil esclavista, muchos años atrás, estos prisioneros
en vez de repatriarse, prefirieron asentarse en el pueblo.
Pueblo que sostenía un ritmo, al menos dentro de la rutina del doctor, para
nada apagado. Según sus mismos informes, día tras día, tenía siempre alguna
emergencia que atender.

Último viaje
A la miseria reinante y la falta de higiene propia de aquellos tiempos, se
desata en 1856 una epidemia de cólera que prende como reguera de pólvora entre
los pobladores y los indios cercanos a la aldea.
La epidemia se extendió durante los primeros meses del año y se fue
extinguiendo con los nacientes fríos otoñales. De acuerdo con los conocimientos
de la época, el tratamiento aplicado por el doctor Sixto Laspiur y sus
auxiliares a los infectados residió en bebidas calmantes para atenuar la sed,
baños, fricciones estimulantes y aun sangrías. Necesariamente, los resultados
no fueron favorables y la mortalidad, creciente.
De hecho, fue imperiosa la habilitación de un nuevo camposanto para darle un
pedazo de tierra a los infortunados que, de a montones, viajaban en los carros
del ejército.

Luche y vuelve
Las vicisitudes e intrigas políticas nunca fueron propias de nuestros
tiempos: que haya sido nombrado como médico de la aldea por Rosas y que su
hermano fuera un reconocido funcionario urquicista, creaba suficientes
sospechas para el nuevo jefe de la fortaleza, Pedro Goyena. Insistiendo en que
debían sujetarse a la autoridad militar, el médico y el farmacéutico fueron
denunciados, sin mucho fundamento, a las autoridades de Buenos Aires y a fines
de 1858 son dados de baja. Pero Goyena duró menos que sus propias sospechas y
dos años después, Sixto Laspiur, que hasta supo ser jefe de Correos, era
designado como Juez de Paz del pueblo.

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2011-08-08 16:46:00
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