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Atraviesan las paredes de cristal
Egresadas y docentes del IB hablan sobre el trabajo que realizan en ámbitos laborales “masculinizados”, las situaciones de segregación que enfrentan y su pasión por resolver los desafíos que proponen estas disciplinas.
Categoría: Educación

Egresadas y docentes del IB hablan sobre el trabajo que realizan en ámbitos
laborales “masculinizados”, las situaciones de segregación que enfrentan y su
pasión por resolver los desafíos que proponen estas disciplinas.

Fabiana Gennari se recibió de ingeniera química en 1993 y buscó trabajo en la
industria. Había hecho las últimas materias sobre procesos enzimáticos para
tener más chances. En una de las pocas empresas que la llamaron, terminó
quedando un compañero que ni siquiera había cursado esas materias. Una de las
personas que la entrevistó le confesó luego: “pasa que una mujer en una planta
de procesos es complicado. Te vas a casar, tener hijos…”.
En el sistema científico, las mujeres son más de la mitad (53%) pero a medida
que se asciende de categoría en el CONICET, la proporción disminuye: las
investigadoras asistentes son el 60%; adjuntas, 55%; independientes, 49%;
principales, 41%; y superiores, 25%. Al problema del “techo de cristal” hay que
sumarle la segregación horizontal en las disciplinas “duras”. En Argentina, las
estudiantes de ingeniería son solo el 20% y en especialidades como mecánica y
electrónica apenas llegan al 4%.
En esta nota, egresadas y docentes del Instituto Balseiro cuentan sus
experiencias con las “paredes de cristal”. El IB pertenece a la Comisión
Nacional de Energía Atómica y la Universidad Nacional de Cuyo (CNEA / UNCuyo) y
todas las carreras están orientadas a ingeniería y física. Actualmente, las
mujeres representan el 10% de la matrícula.
“Es un problema con muchas capas geológicas”, dice Verónica Garea, ingeniera
nuclear egresada del IB. “Para crecer profesionalmente, es importante que te
conozcan y te citen. Y para que te conozcan, es necesario viajar a conferencias
pero muchas mujeres no pueden hacerlo por la carga de las tareas de cuidado.
Además, el clima machista tipo ‘vestuario de varones’ que hay en estos
ambientes también hace que te termines yendo”.
Un aspecto clave a la hora de elegir una carrera son los estereotipos de
género. El año pasado, la revista Science publicó un estudio que dice que las
nenas tienden a considerarse menos inteligentes que los varones a partir de los
6 años. En tanto, una investigación de la Cátedra UNESCO “Mujer, Ciencia y
Tecnología en América Latina” concluyó que el 90% de las niñas entre 6 y 8 años
asocian la ingeniería con destrezas masculinas.

El núcleo de la desigualdad
Verónica Garea tenía 12 años cuando vio un anuncio del Instituto Balseiro en la
tele y decidió que iba a ser ingeniera nuclear. Los primeros obstáculos
llegaron cuando buscó trabajo en la industria del petróleo. “No te vamos a
contratar porque sos mujer”, le dijeron. Se fue a Estados Unidos y realizó el
doctorado en Física de la Ingeniería. Hubo veces que pensó en abandonar,
especialmente cuando escuchaba cosas como: “¡Qué bueno que llegaste! Al fin
alguien que haga el café”; o “¿vos sos la secretaria?”.
Cuando volvió a Río Negro, junto a su esposo y una beba, entró a la empresa
estatal INVAP. Después de varios años, obtuvo el puesto de jefa del Departamento
de Seguridad e Impacto Ambiental. “Ahí encontré una de las barreras más grandes
porque tenía que viajar mucho pero gracias a la ayuda de familiares y
compañeros la pude pilotear”, cuenta.
Garea incursionó en el feminismo a partir de tener su primera hija. “Ahí me
percaté de que el sistema productivo nos obliga a suspender la lactancia mucho
antes de lo que es bueno para nuestros hijos y esa es otra manera de quitarnos
el derecho a decidir sobre nuestros cuerpos”, sostiene la ingeniera, que brinda
capacitaciones sobre el tema. Además, integra la asociación Women in Nuclear –
Argentina y el comité organizador del Foro Nacional Interdisciplinario de
Mujeres, Ciencia, Tecnología y Sociedad (FONIM).
Hoy es directora ejecutiva de la Fundación INVAP, una organización sin fines de
lucro que se encarga de poner los conocimientos de la empresa al servicio de la
comunidad. “Lo que más me gusta de ser ingeniera son los desafíos permanentes y
poder ver el resultado de mi trabajo en la vida de las personas”, dice. “Yo
creo que ésta es una profesión donde ponés a funcionar la cabeza y el corazón
de manera tan creativa como si estuvieras haciendo arte”.

Fermentar el patriarcado
Fabiana Gennari creció en contacto con la química sin saberlo. Pasó muchas
tardes en la bodega de su abuelo, rodeada de procesos de clarificación,
filtrado y fermentación. Decidió estudiar ingeniería química en la Universidad
Nacional del Comahue (UNCOMA). “¿Para qué estudian ingeniería si son mujeres?”,
decía el profesor de dibujo técnico. “Igual nunca lo tomé como un obstáculo,
siempre tuve claro lo que quería hacer”, señala Gennari.
Hoy es investigadora principal del CONICET, doctora en ingeniería por la
Universidad Nacional de La Plata (UNLP) y docente del IB. Vive con Eduardo, su
esposo, y sus hijos Leandro y Sabrina. Considera que repartir las tareas de
cuidado en partes iguales dentro de una pareja es fundamental para desarrollar
una profesión tan demandante. “Mis papás son maestros y siempre trabajaron los
dos pero la que se encargaba de la casa era mi mamá. El hogar que yo formé ya
no tiene esa concepción patriarcal”, cuenta.
En 2016, Gennari obtuvo el Premio L’Oreal Por las Mujeres en la Ciencia por un
proyecto de producción y almacenamiento de hidrógeno para obtener energía sin
contaminar el medioambiente. Actualmente, es jefa de grupo en el Departamento
de Físico-Química de Materiales del Centro Atómico Bariloche (CAB – CNEA). “Si
bien obtuve un cargo importante, existen los techos de cristal”, opina. “Los
puestos jerárquicos todavía son ocupados por hombres, que se sienten más
cómodos al tratar con pares del mismo género”.
El equipo de Gennari realiza la producción de hidrógeno a partir del etanol
(alcohol) obtenido por la fermentación de residuos forestales. Ahora están
abocados en hacer un análisis económico del dispositivo de almacenamiento y
estudian la transformación del dióxido de carbono (CO2) generado durante la
producción de hidrógeno en un producto de valor agregado para la industria. “El
hidrógeno es un partícipe necesario para lograr una matriz energética
sustentable porque permite almacenar energías intermitentes, como la solar o
eólica”, indica. “Además, es ideal para poblaciones alejadas del tendido
eléctrico”.

Ecuaciones para la equidad
Al principio, a Daniela Valdés no le gustaba la física. Le costaba resolver
ecuaciones y no encontraba el vínculo con la vida cotidiana. Hasta que en el
último año de secundaria, sus profesores la motivaron a participar en las
olimpíadas de física. Fue un quiebre. Realizó experimentos que nunca había
hecho y entendió que las ecuaciones eran una manera de describir los fenómenos
naturales que la rodeaban.
Decidió estudiar física en la Universidad Nacional de Mar del Plata (UNMdP), la
ciudad donde vivía. Pronto sintió que le faltaban materias experimentales y se
cambió al IB. En su curso eran 7 mujeres de 45, todo un record. “No tuve
experiencias fuertes de segregación pero cuando tuve alguna, me sentí muy
acompañada por la institución”, dice. En el último tramo de la carrera, comenzó
a trabajar en el Laboratorio de Resonancias Magnéticas del CAB y se entusiasmó
con la hipertermia magnética, una terapia experimental que utiliza partículas
magnéticas como fuente de calor para inducir la muerte de células tumorales.
Actualmente, Valdés cursa la Maestría en Ciencias Físicas del IB. Con sus 23
años, acaba de obtener el primer premio de una competencia de proyectos
científicos organizada en Ecuador por la asociación internacional de ingeniería
eléctrica más grande del mundo (IEEE). Fue por un proyecto realizado con
colegas de España, Inglaterra y Estados Unidos que combina dos terapias
magnéticas contra el cáncer: la hipertermia y la destrucción magneto-mecánica.
“Queremos combinarlas para tratar de obtener una mayor eficiencia en la muerte
de células cancerígenas”, explica.
Del Balseiro egresaron numerosas físicas que han sido reconocidas
internacionalmente. Juana Gervasoni es docente del IB, investigadora del
CONICET en CNEA y militante en temas de género. Al igual que Garea, integra el
comité organizador del FONIM. Marcela Carena es jefa del Departamento de Física
Teórica de Fermilab, laboratorio estadounidense donde se encuentra el segundo
acelerador de partículas más potente del mundo. En tanto, Verónica Grunfeld fue
la primera mujer que egresó del Instituto. Su tesis doctoral fue dirigida por
José Antonio Balseiro, fundador del IB, y trabajó en la institución hasta los
70 años, cuando decidió “jubilarse en serio”. Falleció en 2017, a los 81 años.

La mecánica del género
En la casa de Jimena López Morillo, situada en Cerrillos, Salta, era usual
toparse con juguetes y aparatos electrónicos desarmados y desparramados por
todos lados. Siempre supo que quería ser ingeniera mecánica y las preguntas
escépticas de algún amigo o pariente (“¿en serio querés estudiar eso?”) no la
amedrentaron ni un poco.
En junio, con 23 años, se convirtió en la primera ingeniera mecánica salteña
recibida en el Balseiro. Es la primera vez que se recibieron dos ingenieras
mecánicas juntas (la otra es la barilochense María Victoria Sánchez) de un
total de seis en toda la historia del IB. “En la carrera éramos dos mujeres de
ocho estudiantes. ¡El 25%! Un montón. Y la verdad que nunca sentí diferencias
por parte de mis compañeros”, asegura López Morillo.
Su proyecto final estuvo relacionado con la robótica aplicada a la medicina y
trabajó en el diseño de una prótesis de mano. Ahora cursa la Maestría en
Robótica del IB y trabaja en la construcción de un robot para inspeccionar las
soldaduras internas del CAREM, reactor nuclear de baja potencia que se
construye en CNEA. “Lo que más me gusta de ser ingeniera mecánica es el amplio
campo de acción. Por eso la elegí: no quería limitarme”, indica.

– ¿Qué le dirías a las jóvenes que quieren ser ingenieras pero están en duda
porque piensan que “no es cosa de mujeres”, como suele decirse?
-¡Que se animen! ¿Cómo te vas a perder de trabajar de lo que te gusta por
un prejuicio? Estudiar esta carrera hace 10 años era más difícil pero creo que
hoy hay una sociedad más empática con las mujeres. Yo no sentí diferencias y la
experiencia superó mis expectativas.

Por Nadia Luna / Periodista invitada –
Instituto Balseiro

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2018-10-02 00:00:00
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